martes, 15 de abril de 2014

Óscar: la gran vacuidad - Marco Travaglio, 6 marzo 2014

Después de los Óscar a las mejores películas, se necesitaría un Oscarito a los mejores comentarios italianos a los Óscar. Provincianos, retóricos, gandules, con sabor a pizza y mandolina. Un poco como después de los partidos de los Mundiales, cuando Italia vence: el patriotismo reencontrado, el orgullo tricolor, el rescate nacional, el optimismo de la voluntad, la metáfora del Estado que renace, el sol sobre los cerros fatales de Roma.

Sin embargo esta vez, con el Óscar a La gran belleza, hay un “mucho más”: la exultación de quien se ha quedado en el título, sin comprender que es paradójico al igual que la película. Esto es: la de Sorrentino es la mejor extranjera, más que nada en Italia. Il Corriere hace declarar al director que “conmigo Italia consigue la victoria”, pero es muy difícil que incluso él lo haya pensado: en efecto ha dedicado el Óscar a la familia real y artística, al Cine y a los ídolos de su adolescencia (incluido – que Dios lo perdone – Maradona. En el sentido del artista del futbol, y no del de hacienda).

De todos modos Johnny Riotta, en La Stampa, ve en la película hasta “una amonestación” y espera “que nos devuelva un poco de optimismo”. ¿Y por qué? Pier Silvio B., pobrecito, gasta páginas de periódicos para dar saludos a la “aventura maravillosa” bajo la firma Mediaset. Sallusti ve, en el Óscar a una película coproducida y distribuida por Medusa, la revancha judicial del dueño con antecedentes penales (referidos a una historia de fraude sobre películas extranjeras): “Ha sido necesario que los americanos aparecieran, y diría todo el mundo, para reconocer que Mediaset no es la asociación para delinquir imaginada por los magistrados”. Quizás ahora Ghedini y Coppi alegarán el Óscar a la instancia de revisión del proceso para el Cainano.“Hoy – escribe en Repubblica Daniela D'Antonio, esposa periodista de Sorrentino – descubrí tener a muchísimos amigos”. De hecho Renzi invita a “Paolo para una charla a todo campo”. Napolitano percibe “el orgullo de cierto patriotismo” por una “película que intriga por la representación del hoy”.
Enhorabuena.

Alemanno, heredero directo de los Vándalos, de los Visigodos y de los Lansquenetes, fantasea con “invertir en la belleza de Roma y su inmenso patrimonio artístico”. Franceschini, exministro del gobierno Letta, que dio otro tijeretazo a las detracciones del cine, parrafea de un “Estado que gana cuando cree en sus talentos” y de “inyección de confianza en Italia”. Fazio, apenas sobrevivido de un Sanremo de rara feidad, dedicado a la belleza, con una escenografía horrorosa de color caqui podrido, quiere “restituir” y “reparar la gran belleza”. El alcalde Marino notifica “le he dicho a Paolo que lo espero en Roma con los brazos abiertos para celebrar por su talento y su película, por el realce que ha dado a nuestra ciudad y a Italia”. Pero, ¿qué película ha visto? ¿Es tan difícil distinguir entre una película y una guía turística de la proloco?

En realidad, como escribe Stenio Solinas en las páginas del Giornale, la de Sorrentino es “la película mas melancólica, decadente y reaccionaria de los últimos años, epitafio sin lágrimas a la modernidad y a sus desastres”. El parte médico forense en forma artística de un país muerto por futilidades e inutilidades, con una clase dirigente de escritores que no escriben, intelectuales que no piensan, poetas mudos, periodistas enanos, empresarios que dejan mucho que desear a nivel humano, cirujanos de botox, mujeres de profesión “ricas”, cardinales débiles de fe pero muy buenos en cocina, mafiosos 2.0 que parecen buenas personas, políticos que no existen (y de hecho no se ven para nada).

Una fauna humanoide desesperada y desesperante, que no cree y no sirve para nada; nadie hace su profesión, todos hablan solos aunque estén en compañia, y saltan de una fiesta a otra para esconderse de su proprio funeral. Solo se rescata quien muere, o escapa al campo. Es un mundo lleno de vacuidad que ni siquiera puede permitirse el registro de tráfico: de hecho se queda en lo grotesco. Confundir la película con un himno al renacimiento de Roma (que de otro lado la mayoría no comprendió) o de Italia significaría no haberlo visto, o peor aún, no haber comprendido un pimiento. Como si Rumanía promoviese a Drácula como héroe nacional y las películas de Nosferatu como spot del renacimiento transilvano.
Il Fatto Quotidiano, 5 marzo 2014